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Las mil y una noches Tomo III : Versión para imprimir

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En caso de incumplimiento de dicha advertencia, derivamos cualquier responsabilidad o acción legal a quienes la incumplieran. Recomiéndalo para su compra y recuérdalo cuando tengas que adquirir un obsequio. Es así como he conocido al doctor Henry Goose, cirujano de la aristocracia londinense. Su nacionalidad no me ha sorprendido. Tras decir que no con la cabeza, desató el nudo de su pañuelo y me mostró el contenido con evidente orgullo.

Entonces mandó llamar a la Madre de todas las Calamidades para pedirle admonición acerca de lo que le quedaba que hacer. Y la vieja llegó en seguida. Y la Madre de todas las Calamidades, causa real de todas estas desdichas, era una vieja horrorosa, astuta, hecha de maldiciones; su boca era un basurero; sus luceros legañosos; su cara negra como la noche; sarnoso su cuerpo, su cabello una suciedad; su espalda encorvada y su piel todo arrugas. Obligaba a los esclavos a cabalgarla; y le gustaba también cabalgar a las esclavas; pues prefería a todo lo del mundo el cosquilleo de aquellas vírgenes y el roce de su cuerpo juvenil con el suyo. Era extraordinariamente experta en este arte del cosquilleo. Sabía chuparles como un vampiro las partes delicadas, y titilarles agradablemente los pezones. Pero hay que decir que la Madre de todas las Calamidades era generosísima con todas las esclavas que se dejaban conquistar por ella, así como era muy rencorosa con las que se le resistían. Y por haberla rechazado odiaba tanto a Abriza aquella vieja.

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